Joel cruza la sala de costa a costa deslizándose con un moonwalk, ellos ríen, ellas se cubren el rostro con pena ajena (pero también ríen). Ella, la que no forma parte del plural, la que se configura como un ente supremo dentro del encuadre casi ficticio que dibuja mi cabeza a su alrededor, también ríe. A través de su vaso semivacio (o semilleno, depende de la estatura del espectador) se refractan sus incisivos centrales, que son levemente más grandes que los laterales, ese tipo de dientes que coquetea en el límite de lo gracioso, lo dulce y lo sublime. No logro evitar mirarlos, pues son el tipo de imperfecciones que me abruman y en segundos diluyen mi concentración. Sus ojos me enfocan,  me penetran hasta dejar mi pensamiento desnudo, expande milimétricamente su sonrisa y el vaso vuelve aún más dramáticos sus dientes. Torna inútil mi capacidad de reacción. Seguir leyendo «Caos Milimétrico»